Día del Amor: más allá del romanticismo
Monier Villarreal, Académico Carrera de Psicología Sede Concepción, Universidad de Las Américas.
El 14 de febrero es una de las celebraciones más emblemáticas del año. Conocido como el Día de San Valentín o el Día de los Enamorados, este festejo inspira a miles de personas en todo el mundo a expresar su cariño a través de regalos y gestos de amor hacia sus afectos más significativos.
Si bien esta fecha tiene sus raíces en festividades relacionadas con los cambios estacionales y la fertilidad, en la actualidad se asocia principalmente con el amor romántico y, en menor medida, con la amistad.
Desde esta perspectiva, la sociedad se ve bombardeada de mensajes publicitarios que romantizan la imagen de la pareja, basándose en un modelo estereotipado de relación deseable: heterosexual, de mediana edad y ajustado a los cánones de belleza establecidos. Además, se estandarizan las formas de expresar el amor, promoviendo gestos como regalos, flores o cenas románticas.
De este modo, se impone una visión arbitraria que dicta cómo debe celebrarse el amor y quiénes pueden considerarse "enamorados", excluyendo así otras formas de vivir y representar las relaciones de pareja. Pensemos, por ejemplo, en quienes están separados por la distancia, personas privadas de libertad, relaciones de amistad o incluso los llamados “viudos de verano”.
El Día de los Enamorados, o incluso los días previos a esta fecha, nos invitan a reflexionar sobre nuestros vínculos afectivos y su calidad. Más que una efeméride que seguimos año tras año con sus rituales tradicionales, esta celebración puede ser una oportunidad para cuestionar, definir o redefinir el tipo de relaciones afectivo-sentimentales que queremos en nuestra vida.
Esto implica establecer objetivos tanto a nivel personal como en pareja, reforzar o fijar límites saludables y decidir qué aspectos estamos dispuestos a negociar y cuáles no. Todo ello con el propósito de construir un vínculo basado en el respeto y la validación de las necesidades de ambas partes, evitando que la relación se estructure únicamente en función de los deseos de uno de sus miembros o, peor aún, que se rija por estereotipos impuestos sobre lo que debería ser una relación sexo afectiva.
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