El Centro
Gonzalo Garay Burnas, abogado y escritor.
Naturalmente una fuerza nos impulsa a buscar el centro de las cosas, la mitad entre lo desconocido y lo cotidiano, el punto preciso que nos proporciona equilibrio y estabilidad, que nos permite caminar, que nos posiciona en lo medular de las relaciones personales; del conocimiento personal, interno; en lo central de nuestro vínculo con el planeta y con los demás, que nos brinda tranquilidad de espíritu, paz.
La actividad urbana ahonda en el mismo itinerario, todo ocurre en el centro, que se posiciona a los ojos del ciudadano como un lugar de encuentro y conversación, el sitio donde puede satisfacer sus necesidades, el barómetro de lo que ocurre en las bases esenciales de la convivencia social está situado ahí, en las cuadras que confluyen en la Plaza de Armas.
A nivel político, la madurez adquirida luego de los tiempos de dictadura nos hizo renegar de los extremos; los partidos entendieron que el análisis prudente de las instituciones y la mesura en las políticas públicas era la receta ideal para proyectar al país en el nuevo milenio, y así cambiaron su denominación histórica por centro-derecha y centro-izquierda; se lograron grandes acuerdos y el país caminó por una senda de éxitos relativos por algunas décadas. Chile creció y pudo desterrar de la pobreza a millones de compatriotas. Nuestra democracia era celebrada en todo el globo, lo mismo que el manejo económico de un país pequeño, pero que ofrecía un creciente bienestar, tanto así que fomentó la llegada de oleadas de inmigrantes que llegaron con la esperanza de encontrar en suelo nacional la estabilidad extraviada en el vecindario sudamericano.
Las manifestaciones sociales del año pasado se agruparon, paradójicamente, en el centro de la capital, sector neurálgico que marca una emblemática división entre las dos formas de entender al país: la Plaza Baquedano. Quizá si hubiésemos atendido la llamada de alerta que hicieron dos partidos de centro, por allá por el 2011, ninguno de los desastres posteriores hubiese ocurrido. Apelar al centro es cuestión de inteligencia, permite la construcción de revoluciones en paz y libertad y evita los daños colaterales que están a la vista día a día; es un imperativo para un país que no tiene la posibilidad de darse gustitos, que debe dejarle a la literatura el tentador camino de las utopías, que debe tomar la firme decisión de no perder el centro para librarse de repetir los errores del pasado.
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