Turismo electoral e identidad en disputa en La Araucanía

Jorge Fonseca Salazar, Sociólogo y Magíster en Planificación y Gestión Territorial.

Opinión12/12/2025Equipo AraucaniaDiario SEquipo AraucaniaDiario S
Jorge Fonseca Salazar

Cuando miramos quiénes han logrado las primeras mayorías para representar a La Araucanía en el Senado en las dos últimas elecciones, pasa algo curioso. Aparecen nombres que no nacieron ni se formaron políticamente aquí. Hace ocho años fue Felipe Kast. Hoy, Rodolfo Carter. Distintas trayectorias, mismo fenómeno, donde la región elige como “voz” en la Cámara Alta a figuras que llegan desde fuera.

Con algo de ironía, a este fenómeno se le ha denominado turismo electoral. Candidatos que aterrizan en campaña, recorren comunas a gran velocidad, se sacan fotos en las ferias y prometen soluciones a problemas que llevan décadas sin abordarse. Luego, una vez terminada la elección, la presencia se diluye. La sensación que queda en parte importante de la ciudadanía es precisamente esa: que vinieron, ganaron y se fueron. Pero, ¿queda esa misma sensación en sus votantes? Curiosamente cuando uno pregunta a las personas de la región con las que se comparte la cotidianidad en la familia, el trabajo espacios de ocio, nadie reconoce haber votado por ellos.

Pero bueno, otro elemento interesante es cómo se justifica este fenómeno desde el discurso político. Una de las palabras más usadas, tanto a favor o en contra de esto, es el “sentido común”, donde se apela a ese supuesto sentir compartido de la gente o a lo que cualquier ciudadano razonable pensaría frente a la delincuencia, la pobreza, el conflicto o el abandono histórico del territorio. El problema es que, cuando miramos desde la sociología y la política, el sentido común no es algo simple ni neutro, es más bien una construcción que se alimenta de los medios, de los partidos, de la historia y también de los miedos y esperanzas que circulan en la sociedad.

En La Araucanía, ese sentido común se ha ido moldeando desde hace décadas con una mezcla de etiquetas, como lo son región conflictiva, tierra de oportunidades turísticas, laboratorio de políticas de seguridad, incluso, ese territorio donde “nadie quiere venir”. En ese mapa de representaciones, no sorprende que los partidos terminen apostando por nombres de alcance nacional que parecen más competitivos, aunque no tengan un arraigo real en la región. Y tampoco sorprende que muchas personas terminen votando por ellos, porque en el fondo se nos repite que eso es lo “razonable”, lo “sensato”, o lo que haría alguien con, justamente, sentido común.

Pero aquí aparece la contradicción de fondo: ¿qué tan común puede ser ese sentido si no nace de la experiencia cotidiana de quienes habitan el territorio? ¿Qué tan representativa es una mirada construida desde Santiago o desde la televisión, que aterriza cada cierto tiempo a decirnos cómo debemos entender nuestros propios problemas?

La Araucanía tiene una identidad compleja, tejida entre el mundo mapuche y no mapuche, entre lo rural y lo urbano, entre el orgullo por la tierra y el dolor por la violencia y la pobreza. Esa identidad no cabe en un par de cuñas ni en una visita relámpago a Temuco. Requiere tiempo, diálogo, errores y acciones remediales. Requiere, por sobre todo, presencia sostenida cuando no hay campaña, caminar por los barrios, visitar Juntas de Vecinos y Agrupaciones de Adultos Mayores, escuchar a la gente afectada por los incendios forestales en Malleco, ir a la Feria Pinto en Temuco, asistir a la Truchada en Pitrufquén, la fiesta del Asado de Chivo en Lonquimay, por nombrar algunos eventos y espacios donde esos turistas electorales no aparecen. Es imperativo escuchar a la ciudadanía cuando no hay cámaras, explicar decisiones impopulares, rendir cuentas cuando los proyectos no resultan.

Cuando la región vuelve una y otra vez a elegir senadores sin arraigo local, no solo hay responsabilidad de los partidos que rellenan la papeleta con “carteles” nacionales. También hay una pregunta incómoda hacia nosotros mismos: ¿En qué minuto el prestigio mediático pasó a valer más que el trabajo silencioso de dirigentes, concejales, alcaldes, profesionales y líderes sociales que llevan años sosteniendo el territorio?

El turismo electoral no es solo un problema de candidatos que vienen y se van. Es también síntoma de una pérdida de identidad regional, de una cierta desconfianza hacia nuestras propias capacidades para producir liderazgos políticos desde La Araucanía. Y mientras eso ocurra, el “sentido común” seguirá pareciendo algo que viene empaquetado desde afuera, listo para usar, en lugar de construirse desde la conversación, la diversidad y los desequilibrios territoriales que efectivamente vivimos acá. 

No se trata de demonizar a ninguna persona en particular ni de decir que, por venir de otra región, alguien no pueda ser un buen representante. Se trata de algo más profundo, es preguntarnos si no estamos renunciando, casi sin darnos cuenta, a la posibilidad de que el Senado escuche acentos, trayectorias y biografías que nazcan de esta tierra. Si no estamos normalizando que nuestra voz llegue filtrada por quienes hicieron su carrera lejos de acá y que, en el mejor de los casos, intentan ponerse al día en pocos meses de campaña.

Tal vez el desafío para los próximos años sea el reapropiarnos y recuperar el sentido de nuestra identidad. Que dejen de ser eslóganes vacíos y se transformen en una conversación real sobre qué entendemos por desarrollo, seguridad, dignidad y justicia social en La Araucanía. Y, junto con ello, volver a creer que la región no solo exporta postales de turismo y conflictos, sino también liderazgos políticos propios. Cuando esto ocurra, quizá el turismo electoral dejará de ser tan rentable. Y el sentido común que da forma a nuestra identidad, dejará de venir envasado desde fuera y volverá a construirse desde lo que vivimos, sufrimos y soñamos quienes habitamos este territorio todos los días.

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