Chile se llena de basura: la urgencia de un giro al tratamiento de los residuos domiciliarios

Francisco Huenchumilla Jaramillo, Senador de La Araucanía.

Senador Huenchumilla

En pleno siglo XXI, Chile enfrenta una problemática sustancial. Con los 436 kilos de basura domiciliaria per cápita que se producen en el país anualmente, el colapso de los rellenos sanitarios, y el surgimiento de vertederos ilegales o microbasurales, son parte del triste entorno en que viven miles de personas de nuestro país. En especial, el problema aqueja a aquellos compatriotas que pertenecen a grupos más vulnerables. Constatarlo requiere simplemente de un rápido recorrido en autopista por las zonas periféricas de Santiago, panorama en realidad deprimente. En regiones, la realidad no es muy diferente.

¿Se trata de un problema cultural? Ciertamente, existe un componente de aquello. Sin embargo, hay una profunda responsabilidad de la política, en que el modelo de procesamiento de los residuos domiciliarios en el país se mantenga por décadas sin mayores cambios, más allá de la recolección mediante camiones basureros y su descarga en vertederos. Hasta hoy, no tratar el problema de la basura y los residuos domiciliarios con una mirada de estado, ha sido un claro fallo de la política.

Pero este problema es parte de otro desafío. Nuestro país, en conjunto con el mundo, enfrentan una crisis ambiental de proporciones. Esta crisis excede por mucho el lastre de la contaminación atmosférica, el calentamiento global y el cambio climático: el problema de la basura es también mayúsculo. La basura orgánica genera gases invernaderos. Se contaminan las aguas subterráneas, se erosionan los ecosistemas, e igualmente importante, se vulnera el derecho humano de vivir en entornos limpios y ordenados, con el consiguiente riesgo para la salud de las personas.

Temuco, en La Araucanía –región que represento en el Senado– es vivo ejemplo de la insostenibilidad que genera este modelo. Cuando fui alcalde de esa ciudad, intentamos prever el problema que se venía, pero la (comprensible) resistencia de los vecinos para inaugurar algún nuevo relleno sanitario, fue férrea. Y yo los entiendo. Sin embargo, todavía teníamos capacidad de procesamiento. Hoy, después de diez años, la basura de Temuco viaja todas las semanas en camiones hasta Los Ángeles, 160 kilómetros al norte, para desecharse allí, con un millonario costo mensual. El hace poco asumido alcalde de Temuco recibió esta problemática, como lamentable herencia.

La buena noticia, es que con voluntad política podemos dejar atrás esta realidad. Y para ello, invito a las autoridades municipales, regionales, al Ejecutivo y al Congreso, pero sobre todo al próximo gobierno, a trabajar en conjunto para cambiar la estrategia de Chile frente a la basura. Para eso no es necesario inventar la rueda. Recomiendo más bien atender a la experiencia de otras naciones, sobre todo en el mundo desarrollado. Es allí donde tenemos una fuente inagotable de ideas.

Para esto, uno de los conceptos clave es el reciclaje. Esta acción beneficiosa con el medioambiente requiere de un marco legal, en el que estaré muy disponible para avanzar, y que conmine primero a las empresas a la fabricación de empaques y envases reciclables; que genere mecanismos para educar a la población desde temprana edad en materia de ecología y reciclaje; y que después de un periodo de marcha blanca que sea consensuado, regule y reglamente la eliminación de residuos domiciliarios de manera separada o clasificada.

Otro paso posible es que la basura tenga una segunda vida. Un gran ejemplo de ello es Suecia, país modelo en el tratamiento de los residuos domiciliarios, que surte con electricidad y calefacción a miles de hogares surtidos gracias a un sistema que utiliza como fuente energética la basura. Junto con una fuerte cultura del reciclaje, finalmente sólo el 4% de la basura producida en ese país acaba en vertederos. Es cierto que su realidad es muy distinta a la nuestra. Pero si ellos pueden, ¿por qué no nosotros?

En Bélgica, donde el reciclaje alcanza a un 58% de la basura, lo que no entra en ese porcentaje, y que es susceptible de tal uso –basura orgánica– se convierte en abono. En el caso de Suiza, dicho país comparte el modelo de Suecia para la generación de energía, y además penaliza con multas en dinero, el incumplimiento de la estricta normativa de reciclaje que existe. Reino Unido u Holanda reciclan plástico para fabricar carreteras, en reemplazo del asfalto; además, en Países Bajos, el 80% de la basura es reciclada, el 18% es incinerada y el 2% termina en vertederos.

Todos los ejemplos anteriores hacen palidecer la gestión de Chile y de los demás países de América Latina, donde ha faltado planificación, desarrollo e inversión en estas materias; pero donde ello se ha debido, reitero, a una falta de voluntad política. Este problema no ha sido dimensionado en su mérito, ni tomado en serio.

En definitiva, el resultado de años de falta de planificación, y de seguir casi por inercia la misma estrategia, nos ha llevado a una situación límite. Hoy, gran cantidad de rellenos sanitarios no dan más y en distintos lugares del país, la situación es dramática. Continuar con el mismo modelo implica seguir y seguir, año tras año y sin límite, abriendo nuevos vertederos. El problema es que aquello no es sostenible con el medioambiente; y, por lo demás, las personas no quieren saber de basurales –legales o ilegales—cerca de su entorno. Nadie quiere vivir en una zona de sacrificio.

Romper con el círculo interminable de la basura será un trabajo duro, pero tenemos tiempo, y espero que disposición, para avanzar en esta materia. El desafío es urgente. Sumemos fuerzas.

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