Si tan sólo fuésemos dignos

Carolina Manríquez Meza, Profesora de Estado en Castellano y Comunicación.

Opinión 04/01/2021 Equipo AraucaniaDiario Equipo AraucaniaDiario
Profesora Carolina Manriquez
Profesora Carolina Manriquez

Entre al barullo de noticias de aglomeraciones, malls, balaceras en Maipú y el anuncio de la llegada de vacunas al país en la voz de Amaro Gómez Pablos, sumerjo mi mente en la musiquita pegajosa de Natalia Doco “Alors, alors je respire. Même si la tête. Ne peut plus y croire”. Reviso mi celular y lo encuentro atiborrado de mensajes en el whatsapp de mi jefatura de curso, me habían etiquetado a que respondiera a la copucha del momento, luego veo stikers de agradecimiento al colega que les respondió, eran las 23:39 pm. Yo, en los brazos más tiernos y amorosos de Morfeo. -La Profe Jefe no responde porque es tarde, error garrafal. “Mala profesora”, que no contesta un veintitrés de diciembre en la noche, buen profesor el que atiende las necesidades de información innecesaria de estudiantes inquisitivas, buen profesor con el que, dicho sea de paso, tuve que discutir días atrás por querer dejar repitiendo por su asignatura a unas estudiantes de mi curso. Escuché una vez la “parábola del fariseo y el publicano” o “el cobrador de impuestos” que decía que dos hombres subieron al templo a orar, el fariseo en su oración se autodenominaba más justo  y con muchas más cualidades, el cobrador solo se declaraba pecador, entonces, fue perdonado éste último por su humildad. A modo general, los fariseos siempre estaban seguros de su religiosidad por ayunar más  y dar más diezmo de lo requerido.

La poca valoración social de un profesor no es ninguna novedad. Mucho se ha dicho, no poco se ha marchado por establecer mejores condiciones al ejercicio de la profesión. Muchos de nosotros ejercemos nuestra labor con plena conciencia de lo que escogimos. Es un hecho que un profesional feliz o conforme, en todo rubro, desempeña su labor con mejor calidad. El paso del tiempo y la historia genera momentos irrepetibles. Hoy, 2020 año de pandemia y crisis social en Chile reviste para el ejercicio docente una envergadura insoslayable. La ética y moral del docente se ha hecho evidente en el alucinante tsunami de obligaciones laborales y las nuevas formas de comunicación a las que ha tenido que adaptarse sin derecho a réplica. Los domingos por la tarde me sentaba en la mesa del comedor (no tengo escritorio) a preparar mi ppt para los lunes de clases virtuales, me demoro como dos horas para hacer algo que creo será relativamente accesible  a los alumnos y riguroso en lo conceptual. Los lunes después de clases seguía hablando por whatsapp con apoderadas y estudiantes. Martes, miércoles y viernes coordino PIE, martes, llamo a estudiantes o apoderados, miércoles además tengo reunión de Departamento. Asistí mensualmente a los consejos de profesores que duraban tres horas. Durante la semana reiteraba instrucciones a educadoras PIE, Coordinadora, colegas y si no lo comprendían (porque suele suceder) redactaba correos para todas. Coordiné las 8 entregas de canasta Junaeb más la que otorgaba el cuerpo de profesores a distintas familias y por último hacía  o  deshacía guías de aprendizaje para estar al gusto de mis colegas en una nebulosa triste  de un intento de trabajo colaborativo. Este es posible con la práctica, mucho profesionalismo y humildad, es posible, repito, pero requiere tiempo. Llené varias encuestas y envié a mi jefatura. Derivé muchos casos de estudiantes con problemas psicosociales e hice seguimiento, solicité información a centros del Sename sobre estudiantes para que no perdieran su año y visité a estudiantes literalmente en la punta del cerro para dejarle material de estudio.

Y al estudiante que me escribe los domingos en la mañana y se enoja porque no obtuvo respuesta le digo: -los profesores tenemos  una vida personal; necesitamos hacer aseo, cocinar, lavar y tender ropa, comprar, ver a nuestros hijos, conversar con nuestras familias y amigos, hacer ejercicio, mirar tv, escuchar música,  dormir, ducharnos , respirar y sí, a veces, no podemos responderte de inmediato. Seguramente, me faltaron mencionar aquí muchas otras actividades que ya olvidé que hice, pero sé que más de alguien se sentirá más que identificado. Empatía, no podemos ser narradores omniscientes de esta historia de pandemia, solo podemos ser menos egoístas.

Cuando, hace meses atrás desperté del coma espiritual, escuché a varios amigos y la conclusión fue una: lo más importante no es el trabajo, el trabajo no es la vida. Entonces, me surgieron las siguientes dudas ¿Cómo hacer volver a los profesores de la esquizofrenia paranoide del super mega ultra profesor veinticuatro siete? ¿Cómo tener dignidad profesional,  personal y mantenerla? ¿Cómo tener la salud mental cuando las relaciones personales están dependiendo de la comunicación por redes sociales y estamos con tanta carga laboral? ¿Cómo tener una vida sin que mis estudiantes y apoderados piensen que estoy en mi casa mirando el techo? Porque por más que la realidad tenga muchas perspectivas, en esta mi novela de vida mis compañeros de trabajo y quien escribe, tuvimos una enorme responsabilidad que cumplir. Cada realidad educativa es distinta. Lo hecho descansa en paz en nuestras conciencias y en quienes son nuestros cercanos, en ningún  lugar lamentablemente se escucha con fuerza, salvo excepciones un “gracias”.

En la Antigua Grecia la dignidad de la persona dependía del grupo social al que pertenecía y cada cual luchaba con sus pares para obtener aplauso o desprecio. Al parecer no mucho hemos avanzado, no al menos, en el ejercicio docente.

El individuo, el profesor con sus defectos y virtudes este año “online” ha navegado en  un largo y desafortunado viaje al sacrificio, que debiera tener algún valor o respeto, independiente de quien lo mire. La Ley de teletrabajo es letra nauseabunda si es el mismo docente  quien no entiende e influye con juicio en su realidad laboral, siquiera elementalmente. Dejemos de ser fariseos  y hacer más allá de lo requerido, porque  si usamos zapatos apretados, pronto tendremos gritas en los pies sin poder caminar. En palabras de Kant el hombre tiene derecho en aquello que trasciende el precio. La salud mental, la vida emocional no resiste embargo. El trabajo no puede expropiar todos mis espacios vitales y si  el bien común  y final es la educación de un grupo de niños y adolescentes, la dignidad personal atropellada no va a tributar a esa misión. Dicho sea de paso, el sistema online fue creado para cumplir, no para educar. Gran parte de la culpa del fracaso escolar en este y en muchos años ha sido la desmejorada salud mental de la comunidad educativa.

El Mineduc y el Minsal dicen que los establecimientos educativos en su conjunto (estudiantes, padres y apoderados, docentes, no docentes, etc.) funcionan como redes de apoyo, constructoras de acciones protectoras y preventivas. Lo cotidiano, los espacios de comunicación y relación se transforman en experiencias negativas o positivas para los participantes. Cuando algún integrante tiene dificultades; aislamiento, impulsividad, falta de autonomía, cambios bruscos de humor y bajos resultados de aprendizaje, sabemos que algo anda mal. Este año, algo no anduvo bien, como individuos y como profesionales.

Escribo estas letras en medio de la llegada intempestiva de dieciocho mensajes (que no responderé) de un colega que me reenvía guías atrasadas para revisar de estudiantes en peligro de reprobación en medio, además, de mi silencio al whatsapp de mi jefatura de curso. El servicio es un viajero que mira a los ojos sin hacer daño.

El docente debe tener y rescatar su dignidad, estableciendo límites claros a su labor, además,  dejar la instruccionalidad del sistema educativo,  proponer y exigir alternativas funcionales al contexto. El ciudadano común tiende a culpar  al docente de aula por decisiones sobre el currículum y su implementación que no pasan por éste.  La Comunidad Educativa y la Dirección de cada establecimiento debe promover y propiciar la dignidad, así como velar por la  salud mental de cada uno de sus integrantes estableciendo medidas de prevención y reparación tan necesarias. Si este año de crisis nos ha hecho funcionar de forma inesperada, es en el caos donde debe surgir la mentalidad abierta al cambio, lo que se hizo mal debe mejorarse y no esconderse bajo la alfombra, porque tarde  o temprano los errores arrastran efectos. Lo que queremos es que nuestro trabajo se realice en un clima organizado y respetuoso del ser humano, manteniendo y mejorando la vida de quienes alberga.

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