Diagnóstico temprano de los trastornos del espectro autista: Una mirada pedagógica

Lili Ortega López, profesora de Educación Diferencial con magíster en Educación e Infancia y especialista en Trastornos del Espectro Autista.

Opinión15/11/2020Yuliana MontielYuliana Montiel
Lili Ortega académica U. Autónoma.
Lili Ortega académica U. Autónoma.

Para entender el diagnóstico del espectro autista, autores como Rivière, A. et al, (2000), señalan que entre los 12 y 18 meses y los 5 o 6 años, los niños y niñas desarrollan múltiples capacidades y lo hacen con los adultos con quienes se vinculan través de intenciones naturales y espontáneas; una de esas capacidades es la adquisición del lenguaje, que implica el construir un número infinito de estructuras simbólicas muy complejas, con el objetivo de compartir mundos mentales o de modificar las situaciones a través de las personas.

En el trastorno del espectro autista, la adquisición del lenguaje puede ser tardíamente o bien no desarrollarse en los tiempos determinados para ello, es un espectro o amplia gama de posibilidades, que considera capacidades de imitación, simbólicas, emocionales, motrices, que van de un trastorno leve a grave, siendo esto incapacitante, afectando múltiples funciones del desarrollo psicológico, que no sólo retrasa cualitativamente, sino que altera y distorsiona el desarrollo normal, Tortoza, (2005).

Es por ello por lo que el diagnóstico precoz, pretende hacer una detección de la forma más oportuna posible, dando luces a los adultos vinculares y responsables de los niños y niñas a tomar las medidas pertinentes a cada caso. Sin embargo, los padres y cuidadores pueden observar las conductas desde los primeros meses, con mayor precisión durante los primeros años de vida, considerando el continuo o gama de características que van de leves a severas y que varían en intensidad, principalmente.

Los indicadores que a simple vista se evidencian es la ausencia de contacto visual y de protodeclarativos – protoimperativos, es decir, señalar con el dedo índice algún suceso, ya sea comentando o pidiendo, Rivière et al., (2002). Los niños pueden mostrarse muy tranquilos o muy inquietos, existen en ellos notorias alteraciones del sueño, problemas alimentarios (dificultades para succionar), posibles casos de balanceo continuo y autoagresiones (golpes en la cabeza), escaso o deficiente interés por la voz humana, realizan gestos corporales como no levantar los brazos cuando se les va a alzar, no señalan lo que quieren, dejando en evidencia que al año de vida, no existe esa curiosidad si no una deficiente capacidad para explorar su entorno más cercano; en el juego si es que hubiera indicios de él, ocupan los mismos juguetes, siendo éstos muy escasos y no dándoles el uso funcional, manifestando en algunos casos, una desmedida fascinación por mirar un determinado objeto. En relación con los vínculos de las figuras de crianza, no reclaman la atención de sus padres, muchas veces se muestran ensimismados y en algunas ocasiones demuestran miedos inexplicables ante objetos.

Durante el período de los cinco primeros años, las características antes descritas, cobran mayor fuerza, los rasgos se hacen más definidos y claros, especialmente en el lenguaje, que manifiesta un grave retraso. Riviére. (2000). En el área verbal, existen serios problemas cognitivos que afecta la comprensión y uso del lenguaje, desde una absoluta falta de comprensión de éste, hasta un leve problema de asociación entre frases o palabras. En el área perceptiva se aprecia dificultad en la codificación de la información que llega a través de los sentidos, reaccionando variablemente ante información visual y auditiva. Muestran indiferencia ante caídas, golpes y frente a las temperaturas; presentan fascinación por sensaciones táctiles, motrices gruesas, como juegos bruscos, reacciones paradójicas en el gusto, olfato y audición, frente a eventos imprevistos (taparse los ojos antes sonidos, prefieren extrañas combinaciones dietéticas).

El área motriz, les resulta dificultoso aprender por imitación u observación, adoptan posturas peculiares, ejemplo de ello, caminar de puntillas; presentan regímenes erráticos de sueño, alimentación. Se observan anomalías en el sistema vestibular, resistencia asombrosa al vértigo. En el área afectiva, se observa un aparente aislamiento o indiferencia social, resistencia al cambio, se esfuerzan en no perturbar su rutina, obsesión y predilección por determinados temas; sus reacciones emocionales pueden ser no adecuadas al contexto, presentan alteraciones en la empatía, falta de imaginación apreciados en los juegos, su conducta social es inmadura, ejemplo de ello es que se enfurecen sin mediar proposición. 

Desde este análisis y reflexión sobre las necesidades educativas especiales del espectro autista, podemos señalar que, desde el diagnóstico oportuno y la intervención temprana, basadas en buenas prácticas pedagógicas y sensibilización del tema, podemos ofrecer mejoras en la calidad de vida de los niños, niñas y sus familias.

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